jueves, febrero 23, 2006

guión

Que el aire oscuro y tenebroso se vea azotado por el empuje de vientos encontrados entretejidos en incesante lluvia y granizo, y llevando de aquí para allá una vasta red de ramas arrancadas, mezcladas con infinito número de hojas. Que se vea alrededor viejos árboles desarraigados y hechos pedazos por la furia de los vientos. Deberá mostrarse cómo fragmentos de montañas, desnudadas primero por torrentes arrasadores, caen en esos mismos torrentes y anegan los valles, hasta que los ríos retenidos se desbordan y cubren las anchas llanuras y a sus habitantes. Asimismo deberá verse en las cumbres de muchas montañas animales de muchas clases diferentes apiñados, aterrorizados y reducidos al fin a estado de mansedumbre, junto a hombres y mujeres que huyeron hasta allí con sus hijos. Y en los campos inundados, las aguas cubiertas en gran parte por mesas, camas, botes y distintas clases de balsas improvisadas por la necesidad y el temor a la muerte; sobre las que había hombres y mujeres con sus hijos, apretujados, profiriendo gritos y lamentaciones, aterrados por la furia de los vientos que hacían rodar y rodar las aguas en poderoso huracán, arrastrando los cadáveres de los ahogados; y no había otro objeto flotando en el agua que no sostuviera distintos animales que, en una tregua, se apretujaban temerosos, entre ellos lobos, zorros, serpientes y criaturas de toda especie, fugitivas de la muerte. Y las olas les golpeaban sin cesar los flancos con los cadáveres de los ahogados, matando a quienes todavía tenían vida.
Se verá grupos de hombres, armas en mano, defendiendo los pequeños espacios que les quedaban bajo los pies, de los leones, lobos y bestias feroces que buscaban salvación allí. ¡Ah, qué temibles tumultos resonando a través del aire sombrío, herido por la furia del trueno y del relámpago que lo cruzaba velozmente llevando la ruina, derribando todo lo que se oponía a su carrera! ¡Ah, cuántos podían verse tapándose los oídos con las manos para no oír el iracundo rugido del viento mezclado con la lluvia, el tronar de los cielos y la cólera de los rayos! Otros no se limitaban a cerrar los ojos sino que, cubriéndolos con manos superpuestas, querían apretarlos más para no ver la despiadada matanza del género humano por la ira de Dios. ¡Ay de mi! ¡Cuántas lamentaciones!
¡Cuántos en su terror se arrojaban desde las rocas! Podían verse enormes ramas de robles gigantes cargadas de hombres impulsadas a través del aire por la furia impetuosa de los vientos. ¡Cuántos botes se volcaban y yacían algunos enteros, otros hechos pedazos, sobre hombres que forcejeaban con movimientos y gestos de desesperación que predecían una muerte terrible! Otros, frenéticos, se quitaban la vida, incapaces de soportar tal angustia; otros se lanzaban desde las altas rocas; otros se estrangulaban con sus propias manos; otros agarraban a sus hijos y con poderosa violencia los mataban de un solo golpe. Otros volvían sus armas contra sí mismos para herirse y morir; otros, cayendo de rodillas, se encomendaban a Dios. ¡Ay, cuántas madres lloraban a sus hijos ahogados, sosteniéndolos en sus rodillas, elevando los brazos al cielo y clamando con gritos y sollozos contra la ira de los dioses! Otros, apretando las manos y trabando los dedos, mordíanlos hasta sangrarlos, inclinándose en su intolerable agonía hasta tocar las rodillas con el pecho.
Se veían rebaños de animales -caballos, bueyes, cabras, ovejas- rodeados por las aguas y apiñándose aislados, en los altos picos de las montañas, y los que estaban en el centro subían a la cumbre y pisoteaban a los otros, luchaban ferozmente entre sí y muchos morían de hambre. Y los pájaros habían empezado a posarse sobre los hombres y los animales, al no encontrar ya ningun pedazo de tierra sin sumergir que estuviese libre de seres vivientes. El hambre, ministro de la muerte, había quitado la vida a la mayoría de los animales, cuando los cadáveres, ya más livianos, comenzaron a elevarse desde el fondo de las aguas profundas y salieron a la superficie entre las olas en lucha; y así como las pelotas infladas con aire rebotan desde el lugar donde chocaron, caían y yacían unos sobre otros.
Y arriba, coronando el horrible espectáculo, la atmósfera se veía cubierta de lóbregas nubes rasgadas por el dentado curso de los enfurecidos rayos que brillaban aquí y allá en medio de la densa oscuridad...

Este "guión" fue escrito en realidad por el señor Leonardo Da Vinci. Cuesta asimilar que en el renacimiento (o quizás previamente) se intentase al menos imaginar algún tipo de registro audovisual. Sobre todo en frases como "que el aire... se vea azotado..." o "que se vea..." suenan como planes de rodajes para mundos aún inexistentes y de algun modo utópicos. Claramente podría ser este un producto de la imaginación que el pintor supo crear para una de sus pinturas, pero de hecho nos hace pensar que muchos de los detalles estan descriptos en forma de planos y no como parte de una obra pictórica. Además existe un ritmo y un desarrollo en la historia que de ninguna manera podría existir dentro del marco de un cuadro. Por otra parte, a Leonardo no le interesaba escribir.

Tema de la semana: "Sirena varada" de Heroes del Silencio.